José sabe esperar. Dios lo escucha todo, lo ve todo, lo sabe todo… y siempre da una respuesta, aunque a veces nos haga esperar.
José espera, reza, calla… aunque las cosas parezcan lo que parezcan. Maestro de la esperanza, aunque de la impresión de que no tiene arreglo, que Dios no nos oye, que nos ha dejado.
Dios no abandona nunca, aunque la espera parezca insoportable como le ocurrió a José. Dios, que no evita el dolor ni a su propia madre a la que hace copartícipe de su redención.
Cuantas cosas en nuestra vida parece que no tienen solución, que humanamente es imposible que se resuelvan: un trabajo que no llega, un hijo que no cambia, una enfermedad que golpea, o una situación económica que se ha hecho demasiado larga.
Problemas que se elevan ante nosotros sin saber qué hacer. Humanamente lo hemos intentado todo, pero parece inútil. Miramos al cielo esperando lo que la tierra no quiere conceder.
Rezamos, tal vez con una intensidad como no lo hemos hecho nunca. Pasan los días, los meses, tal vez los años. Es como si Dios se hubiera olvidado de nosotros, como si no quisiera contestar.
Dios no deja ninguna cosa sin contestar. Todos, cuando miramos hacia atrás en nuestra vida, tenemos la experiencia de que nuestra historia es el relato de las misericordias de Dios. En apariencia parecen cosas normales, casi naturales, pero un poco de sinceridad es suficiente, para reconocer que ese coincidir de mil cosas naturales, no de deja de ser algo extraordinario.
José reza, calla, espera. Aunque parezca que la realidad se impone ante sus ojos como algo imposible. Sufre como ningún otro ser humano ha podido sufrir.
Cuesta pensar que Dios se haga esperar. En lo humano cualquiera de nosotros querríamos resolver la situación en un instante. Dios tiene sus tiempos, y esa espera hace descubrir a José lo grandioso de la respuesta cuando llega: nada menos que ser escogido por Dios como padre de su hijo en la tierra
