Basta repasar un poco el evangelio para darse cuenta de que los milagros de producen en los débiles, y no en los fuertes. Al contrario, a los fuertes los despide vacíos. La razón es sencilla: los fuertes van tan “sobrados” que sencillamente consideran que no necesitan los milagros. Pero los débiles le roban el corazón al Señor: no puede resistirse. Y cuanto más débil es, más compasión le genera y nunca los despide vacíos.
San Pablo lo explica en una frase que cuesta interiorizar: “cuando soy débil, soy fuerte” y es que mientras no nos enteremos que vamos de “prestados”, que todo es gracia, que “sin mí no podéis hacer nada”, me temo que vamos mal.
¿Qué puede enseñar un hombre del siglo I a uno del siglo XXI? José no enseña que su debilidad, su sencillez, su silenció, su gratitud, su apertura a la gracia, su convencimiento que solo era un hombre, lo han convertido el modelo para los que aspiramos a amar a Dios. Solo el propio Dios y su madre están por delante.

