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Ante de los abismos fui engendrada

Antes que fuesen las fuentes de las muchas aguas.

Antes que los montes fuesen formados

Antes de los collados, ya había sido yo engendrada;

No había hecho aún la tierra, ni los campos,

Ni el principio del polvo del mundo.

Cuando formaba los cielos, allí estaba yo;

Cuando trazaba el círculo sobre la faz del abismo;

Cuando afirmaba los cielos arriba;

Cuando ponía al mar su estatuto,

Para que las aguas no traspasasen su mandamiento;

Cuando establecía los fundamentos de la tierra,

Con él estaba yo ordenándolo todo

Y era su delicia de día en día

Teniendo sola delante de él en todo tiempo.

Me regocijo en la parte habitable de su tierra;

Y mis delicias son como los hijos de los hombres.

Libro de los Proverbios, Capitulo 8, 24-31

José estaría profundamente enamorado de María. Su nombre ocuparía su pensamiento a cada momento, y nada le da tanta alegría como el que todos los vieran como esposos. Pero al tiempo sentiría que su amor por ella es algo inalcanzable como una estrella que no puedes dejar de contemplar.

Ella es la belleza, la pureza más delicada, la hermosura propia de lo infinitamente sencillo. ¿Y José? En verdad es de la estirpe de David, pero en realidad no es más que un pobre carpintero que trabaja con sus manos.

Hablarían muchas veces. Lo harían apoyados en la convicción que familiares y amigos tienen que pronto deben estar unidos. María le hablaría, entonces, de su amor a Dios, de su compromiso por mantenerse Virgen como la ofrenda más pura que pueda ofrecer.

José la escucharía. Nadie como él sabe reconocer la santidad de María. La escucha como hace siempre. No le cuesta escuchar porque nada hay que le agrade más. Pasaría las horas escuchando su voz. Y de sus labios comprende qué esa es precisamente la forma de poder estar junto a ella. José no tiene más ambición que besar por donde ella pase, vivir cerca de ella el resto de sus días, que ahora se le presentan como la locura más grande, que ni en el más profundo de sus sueños podría haber imaginado.

Virgen. Una Rosa tan hermosa debe ser siempre Virgen, y participar de esa gracia le ha hecho sentir que Dios le ha llamado por caminos que no podía ni imaginar. Es ella quien le ha hecho comprender su propia vocación de entrega total a Dios, como una gozosa invitación que ahora comprende y ama.

La vuelta a casa de ese día sería dichosa. Ha comprendido, al fin, que es posible estar con ella, que podrá ser su esposo, que será el hombre más dichoso.

María le ha enseñado, con su afirmación, la vocación más hermosa que podía imaginar. Una vocación que le llena de gozo, de paz, de alegría, que colma esos deseos santos que tantas veces, en tu oración, ha pedido a Dios.

La protegerá, cuidará de ella como la más hermosa flor, procurará vivir cada minuto de esta vida para amarla y servirla, porque siente que la vida no tiene otro sentido, ni otro amor, y que esa misión agrada a Dios más que ninguna otra cosa.

Y en el cielo, los Ángeles ya no saben qué hacer, porque han visto a su Reina sonreír al Esposo.

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