«Desde mi infancia había sentido hacia San José una devoción que se confundía con mi amor a la Santísima Virgen». «Rogué también a San José que velase por mí. Todos los días le rezaba la oración: “San José, padre y protector de las vírgenes”. Con esto, emprendí sin miedo el largo viaje (a Italia) Iba tan bien protegida, que me parecía imposible tener miedo» (Ms A 57r).
Su amor y confianza a San José le acompañará en toda su vida, a él dedicará una poesía: «Vuestra admirable vida / en la sombra, José, se deslizó / humilde y escondida, / ¡pero fue augusto privilegio vuestro / contemplar muy de cerca la belleza/ de Jesús y María! / ¡Más de una vez, el que es Hijo de Dios, / y entonces era niño/ y sometido en todo a la obediencia vuestra, / sobre el dulce refugio de vuestro pecho amante / descansó con placer! / Y como vos, nosotros, / en la tranquila soledad, servimos / a María y Jesús, / nuestro mayor cuidado es contentarles, / no deseamos más. / A vos, Teresa, nuestra Santa Madre, / acudía amorosa y confiada / en la necesidad, / y asegura que nunca su plegaria / dejasteis de escuchar. / Tenemos la esperanza de que un día, / cuando haya terminado la prueba de esta vida, / al lado de María iremos, Padre, a veros. / Bendecid, tierno Padre, nuestro Carmelo, ¡y tras el destierro de esta vida reunidnos en el cielo!»
“¡Qué hermoso será conocer en el cielo todo lo que ocurrió en el seno de la Sagrada Familia! […] ¿Y san José? ¡Ay, cuánto lo quiero! Él no podía ayunar, debido a su trabajo. Lo veo acepillar, y después secarse la frente de vez en cuando. ¡Qué lástima me da de él! ¡Qué sencilla me parece que debió de ser la vida de los tres! […] … Lo que me hace mucho bien, cuando pienso en la Sagrada Familia, es imaginármela llevando una vida totalmente ordinaria. […] No, el Niño Jesús no hacía milagros inútiles como ésos, ni siquiera por complacer a su Madre. Y si no, ¿por qué no fueron transportados a Egipto en virtud de un milagro, que, por lo demás, habría sido más necesario y tan fácil para Dios? En un abrir y cerrar de ojos habrían sido llevados allá. Pero no, en su vida todo discurrió como en la nuestra. ¡Y cuántas penas, cuántas decepciones! ¡Cuántas veces se le habrán hecho reproches al bueno de san José! ¡Cuántas veces se habrán negado a pagarle su trabajo! ¡Qué sorprendidos quedaríamos si supiésemos todo lo que sufrieron!”