Dedicó la Carta Apostólica Le Voci a San José, el 19 de marzo de 1961, antes de inaugurar el Concilio Vaticano II.
¡Oh San José! Aquí está tu puesto como Protector universalis Ecclesiae. Hemos querido ofrecerte… una corona de honor como eco de las muestras de afectuosa veneración que ya surgen de todas las naciones católicas y de todos los países de misión. Sé siempre nuestro protector. Que tu espíritu interior de paz, de silencio, de trabajo y oración, al servicio de la Santa Iglesia, nos vivifique siempre y alegre en unión con tu Esposa bendita, nuestra dulcísima e Inmaculada Madre, en el solidísimo y suave amor de Jesús, rey glorioso e inmortal de los siglos y de los pueblos. ¡Así sea!