«… Si lo comparas a toda la Iglesia de Cristo: ¿no es éste el hombre elegido y singular, por el cual y bajo el cual Cristo entró en el mundo ordenada y honestamente? Luego si a la Virgen Madre es deudora toda la Iglesia santa, porque ha sido hecha digna por Ella de recibir a Cristo; así ciertamente a éste, debe la Iglesia, después de Ella, agradecimiento y reverencia singular.
Pues ésta es la llave que cierra el Antiguo Testamento, en que la dignidad patriarcal y profética consigue el fruto prometido. Pues éste es el único que poseyó corporalmente, lo que a aquéllos les había prometido la divina dignación. Con razón pues es figurado por aquél Patriarca José, que guardó para los pueblos el trigo. Pero éste sobresale por encima de aquél porque no sólo da a los egipcios el pan de la vida corporal, sino que con mucha solicitud alimenta a todos los elegidos con el pan del cielo que da la vida celeste […]
En las palabras «siervo bueno y fiel-… se expresa también la sublimidad de su glorificación, al concluir: entra en el gozo de tu Señor. Ciertamente no hay que dudar de que Cristo no le negó en el cielo, antes bien completó y llevó a perfección, aquella familiaridad, reverencia y dignidad en gran manera sublime, que respecto a él mostró al tratarle en lo humano como trata un hijo a su padre. Por esto se añade: entra en el gozo de tu Señor.
Porque aunque el gozo de la eterna bienaventuranza penetra en el corazón del hombre, prefirió el Señor decir entra en el gozo. Para insinuar místicamente que aquel gozo no sólo está dentro de él sino que por todas partes le circunda y le absorbe y le sumerge como en un abismo infinito.
Hay que creer piadosamente, aunque no afirmarlo con certeza, que el piadosísimo Hijo de Dios, Jesús, dotó al que era considerado como su padre con el mismo privilegio que a su Madre Santísima, de modo que así como Ella fue asunta al cielo gloriosamente en cuerpo y alma, así también en el día de su Resurrección el Señor tomó consigo al Santísimo José en resurrección gloriosa. Así como aquella Santa Familia, Cristo, María y José, en esta trabajosa vida y amorosa gracia vivieron juntos en la tierra: así ahora con amorosa gloria reina en cuerpo y alma en el cielo; según la regla del Apóstol, II Cor. 1: Así como fuisteis compañeros de las penas, así lo seréis de la consolación; pues está escrito en Mateo, 27: resucitaron muchos cueipos de los Santos que habían dormido, es decir que habían muerto. Y esto fue obrado por el Señor al resucitar porque Él es primogénito de los muertos y Príncipe de los reyes de la tierra, como se dice en Apoc. I. Esto se narra por anticipación para manifestar que es obrado por la virtud y el mérito de su Pasión.
Resucitaron, digo, con Cristo como testigos de su Resurrección. Y esto lo expresa Mateo abiertamente cuando en el mismo cap. 27 dice: Y saliendo de los sepulcros después de su Resurrección vinieron a la ciudad santa y se aparecieron a muchos. Entre estos resucitados hay que creer piadosamente que se contó este Santísimo Varón.
Acuérdate pues de nosotros, bienaventurado José, y con el sufragio de tu oración intercede ante tu Hijo putativo, y a la Bienaventurada Virgen tu Esposa háznosla propicia; ella que es Madre de Aquél que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por infinitos siglos de los siglos. Amén”[6].