“A nadie se le oculta cuán poderosa debe ser ante Jesucristo la intercesión de San José, cuando se meditan las palabras del Evangelio: erat subditas illis (Le 2,51). Es decir, que durante tantos años el Hijo de Dios se ocupó en obedecer puntualmente a José y a María. Lo que vale tanto como afirmar que, apenas San José manifestaba su voluntad con una palabra o con un signo cualquiera, Jesús lo ponía al punto por obra. Esta humilde obediencia de Jesús eleva la dignidad de San José por encima de todos los Santos de la corte celestial, a excepción de la Madre de Dios.[…] Hemos de ser devotos de San José principalmente para que nos obtenga una buena muerte. Por haber librado a Jesús de los lazos que se le tendieron, tiene el privilegio especialísimo de librar a los moribundos de los asaltos del demonio; y por haber asistido durante tanto tiempo a Jesús y María, proporcionándoles con su trabajo el alojamiento y la manutención, tiene el privilegio de alcanzar para sus devotos una asistencia muy particular de Jesús y María en el trance supremo de la muerte.
¡Oh poderoso protector mío San José! Por mis pecados yo me he hecho indigno de una buena muerte. Pero, si Vos me defendéis, no puedo perderme. Vos fuisteis no sólo un íntimo amigo de mi soberano juez, sino además su guardián y su padre nutricio. Encomendadme a Jesús, que os ama a Vos tan tiernamente. Me pongo bajo vuestro patrocinio; aceptadme como vuestro perpetuo servidor. Por la compañía santísima de Jesús y María, de que gozasteis durante vuestra vida, obtenedme que no me separe nunca de su amor. Y por la asistencia que Jesús y María os dispensaron en la hora de vuestra muerte, obtenedme a mí la gracia de ser también asistido por ellos en ese trance supremo. ¡Oh Virgen Santísima! Por el amor que profesáis a vuestro esposo, José, no dejéis de socorrerme en los últimos instantes de mi vida”[10].