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Ese era el pueblo y esa la tierra que ahora pisan José y María y más tarde Jesús.

Qué importante es la tierra para un judío, como importante es su linaje. Tal vez para el hombre moderno no tenga especial interés saber de quién desciende, aunque cuesta pensar que no tengamos un cierto interés por nuestras raíces. En el pueblo judío el linaje es algo bien importante, porque la realidad más fuerte de ese pueblo es saber que es el pueblo de Dios, el elegido para que el Mesías, el Hijo de Dios hecho hombre, venga a la tierra.

Regio es el linaje de José, y regios sus ascendientes, que dos evangelistas, años más tarde, y pese a lo parco de sus relatos, desgranarán con la precisión de un cirujano. Regio, dos veces regio, pues en su linaje, confluyen las dos líneas de la familia de David, para gloria de sus antepasados. Vástago de 19 reyes es su título, la forma en que el mismo ángel se dirigirá a él: “hijo de David”.

Cierto es que la casa de David, una casa tan gloriosa en otro tiempo, y tan perseguida en otros momentos, ha terminado decayendo en la oscuridad de la vida privada, pasando a una existencia desconocida, ya en Galilea, ya en Belén, como labradores y artesanos. Pero el pueblo no olvida, como tampoco olvida Dios. Todo Israel sabe que el Mesías descenderá de esa casa, por pobre y discreta que ésta sea, y ese es el honor más grande que una raza, una familia, puede tener.

José se sitúa así en el centro de la escena divina en la que Dios cumple la más grande de sus promesas. Jesús es judío, descendiente directo de David, y esa descendencia le viene por José (en su pueblo el linaje lo marca el padre) aunque también lo sea por parte de María

Nada es casual en la vida de Jesús, como nada es casual en la vida de José. Todo tiene un porqué como sucede en la vida de cada hombre. El haber nacido en un lugar y en un tiempo determinado, en una familia y de unos padres concretos, no es casual sino previsto por Dios desde el comienzo de los tiempos.

El lugar, el tiempo, el ambiente y circunstancias en las que nace cada hombre es algo querido por Dios con la misma precisión con que quiso que naciera su “hijo amadísimo”, y que José fuera su padre.

Nada ocurre porque sí. Nuestra vida no es una casualidad y mucho menos un tema de probabilidades. Todo lo que ocurre en nuestra vida tiene un sentido, y la primera de esas cosas es el lugar, sitio y modo en el que Dios ha querido que cada hombre nazca. Aceptarlo y quererlo, es la forma de entender el plan que Dios tiene previsto para nuestra vida.

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