Mañana Jesús irá por primera vez a la escuela. Está pegada a la sinagoga, todas lo están. Por pequeña que sea la población, la Escuela es imprescindible y los sacerdotes ha dejado dicho que nadie debe vivir en un lugar sin escuela.
Jesús ya tiene seis años, la edad prevista para el comienzo de su formación. Esta ya se inició en casa de mano de José y de María, pero la de ahora debe ser más formal.
Le han visto levantarse contento esta mañana. Desde hace días tiene muchas ganas de ir, junto al resto de sus amigos. Los conoce a todos. Son los mismos con los que juega cada día desde hace años, con los que va al pozo, corre en la era, o juntos suben y bajan las colinas cercanas que conoce de memoria.
Allí aprenderá las escrituras. Las estudiará todos los días. Son la historia de su pueblo. Aprenderá, además, matemáticas, geometría.
Cada día, al volver de la escuela pasa siempre a saludar a José. Le cuenta las cosas que ha aprendido, las preguntas que han hecho sus compañeros, y las cosas que se les han ocurrido, a unos y otros, durante ese rato. A José le gusta escucharle, y de vez en cuando le pregunta cómo ve esto y lo otro. Sus respuestas son las respuestas de un niño, pero con la certera sencillez de quien las simplifica, de quien las hace naturales, y escuchándole piensa que Jesús se está haciendo mayor.
La vida de José ha tenido las cosas de Dios en primer lugar. Las escrituras, han sido siempre motivo de conversación con el Señor. Cuantas horas de oración cuajada y profunda sobre cada uno de esos textos. No son, no ha sido nunca, una redacción más o menos literaria que habla de Dios y su poder en la historia, ni siquiera las ve como un compendio de normas o preceptos que Dios ha entregado a su pueblo elegido.
La Sagrada escritura ha sido, por encima de todo, vida, la manifestación clara de la voluntad de Dios en cada preciso momento. Hoy, además, son una realidad de carne y hueso que habita en tu casa.