La exhortación apostólica Redemptoris Custos (El Custodio del Redentor) fue promulgada por el papa Juan Pablo II el 15 de agosto de 1989, con motivo del centenario de la encíclica Quamquam Pluries de León XIII. Este documento profundiza en la figura y misión de San José en la vida de Cristo y de la Iglesia, destacando su papel como esposo de María y padre legal de Jesús.
La exhortación se divide en seis secciones principales:
- El marco evangélico: Presenta a San José dentro del contexto de los relatos evangélicos, resaltando su obediencia y fe.
- El depositario del misterio de Dios: Subraya cómo San José fue elegido para custodiar los misterios divinos, siendo partícipe del plan de salvación.
- El varón justo – el esposo: Destaca su justicia y su papel como esposo de María, viviendo una relación basada en el amor y el respeto.
- El trabajo expresión del amor: Reflexiona sobre cómo el trabajo de San José como carpintero fue una expresión de su amor y servicio a la Sagrada Familia.
- El primado de la vida interior: Enfatiza la importancia de la vida espiritual y contemplativa de San José como modelo para los fieles.
- Patrono de la Iglesia de nuestro tiempo: Reafirma a San José como patrono de la Iglesia Universal, animando a los fieles a confiar en su intercesión.
En este documento, que tiene la singularidad de no concluir con la “bendición apostólica”, como suelen terminar todos los documentos pontificios, sino con la súplica a San José para que bendiga a la Iglesia, el Papa hace suyo un rico tesoro doctrinal en el que destaca la ratificación de aquel pensamiento de San Pablo VI que pone a San José y la Virgen en el comienzo de la Obra Divina de la Redención de la humanidad, con lo que definía a San José, por primera vez, como el “nuevo Adán”, en el principio de los caminos del Señor.
Así comienza la exhortación apostólica: «Llamado a ser el Custodio del Redentor, «José… hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer» (Mt 1, 24).
Desde los primeros siglos, los Padres de la Iglesia, inspirándose en el Evangelio, han subrayado que san José, al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo.
En el centenario de la publicación de la Carta Encíclica Quamquam pluries del Papa León XIII, y siguiendo la huella de la secular veneración a san José, deseo presentar a la consideración de vosotros, queridos hermanos y hermanas, algunas reflexiones sobre aquél al cual Dios «confió la custodia de sus tesoros más preciosos». Con profunda alegría cumplo este deber pastoral, para que en todos crezca la devoción al Patrono de la Iglesia universal y el amor al Redentor, al que él sirvió ejemplarmente.
De este modo, todo el pueblo cristiano no sólo recurrirá con mayor fervor a san José e invocará confiado su patrocinio, sino que tendrá siempre presente ante sus ojos su humilde y maduro modo de servir, así como de «participar» en la economía de la salvación.
Considero, en efecto, que el volver a reflexionar sobre la participación del Esposo de María en el misterio divino consentirá a la Iglesia, en camino hacia el futuro junto con toda la humanidad, encontrar continuamente su identidad en el ámbito del designio redentor, que tiene su fundamento en el misterio de la Encarnación.
Precisamente José de Nazaret «participó» en este misterio como ninguna otra persona, a excepción de María, la Madre del Verbo Encarnado. Él participó en este misterio junto con ella, comprometido en la realidad del mismo hecho salvífico, siendo depositario del mismo amor, por cuyo poder el eterno Padre «nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo» (Ef 1, 5).»