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El cielo de José

Todo el Antiguo Testamento, sin duda el relato más impresionante de la historia, con profetas y reyes, humildes campesinos y santos, no es más que una continua espera por ver a Dios, aunque solo fuera un segundo.

Solo Dios sabe el lugar que cada uno de los elegidos ocupará en el cielo. Solo Él sabe el grado de santidad y cercanía de esos colosos que ya gozan de su presencia.

Pero lo que no se puede dudar es que nadie, después de María, ha alcanzado tanta gracia ante los ojos de Dios. Nadie en la historia pasada, ni en la presente, ni en la que esté por venir, vio lo que José vio, oyó lo que José oyó, ni habrá tenido una misión más excelsa.

Principados, dominaciones, querubines… están más expectantes que nunca. No hay un solo ángel en toda la cohorte celestial que quiera perderse el momento. Testigos los profetas que han existido a lo largo de los tiempos, testigos la humanidad, la de antes, la de ahora, la que está por venir. Dios se complace en su elegido, en su humilde carpintero, que avanza por el pasillo que forman a un lado y otro los hombres y mujeres que han existido en la historia, y que quieren agradecer su sí generoso que hizo que todo fuera posible.

José avanza camino de Dios. Avanzar es lo que ha hecho siempre. Ahora lo hace entre la multitud. Podría llamarlos uno a uno, por nuestros nombres. Dios le ha permitido conocer en un segundo el alma de todos los que durante siglos han acudido a su protección. 

¡Jesús!, ¡María! José no sabe estar sin ellos ni siquiera en el cielo. Toda su vida ha sido vivir por y para ellos, y ahora siente que estar allí, sin ellos…

Los Ángeles han parado de cantar. Conteniendo el silencio son testigos de un hombre de rodillas ante su Dios. ¡Es José! Repiten una y otra vez en el interior de sus almas puras.

De repente, el coro vuelve a estallar. Jamás se escuchó tanta hermosura. Es la Reina la que avanza para recibir al esposo acompañada de su querido hijo. Dios, para quien las variables de espacio y tiempo tan solo son eso, variables, para quien no existe el tiempo, se goza en el momento. No podía ser de otra manera. José de rodillas solo sabe callar. El cielo no existe sin ellos. Dios lo habría hecho solo para que su madre lo pudiera pisar.

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José de Nazaret

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