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Entre las pocas referencias que los evangelistas hacen de José años más tarde, una de ellas será cuando hablando de Jesús digan que era” fabri filius”, el hijo del carpintero, del obrero, del artesano que trabaja con sus manos. San Justino, un tiempo más tarde, nos ayudará a comprender que esa profesión era sencillamente, la de carpintero.

A José le gustaba su trabajo y lo hacía bien, tanto que su prestigio hará que le conozcan en toda la región. Le gustaba trabajar con las manos, darles forma a las cosas, y terminarlas bien. Ya fuera reparar una reja, una carreta, hacer un cofre, o diseñar una artesa para la harina, casi siempre con la urgencia de unos vecinos que necesitan todo para cuanto antes.

Pero lo que más le gustaba de su trabajo con las manos, es que eso le permitía tener la cabeza en Dios, y poder conversar con él, mientras con precisión manipulaba la madera.

En el pueblo judío el trabajo es un designio de Dios, una forma de estar unido a él, y no se entiende que alguien no se ganara el sustento. José lo ganaba. En realidad, ganaba más de lo que sus pocas necesidades requerían, pero eso le permitía ayudar a quienes, de vez en cuando, acudían a él con necesidad.

Jesús aprenderá con José. Desde muy pequeño le acompañaba al taller, y como cualquier niño se divertía cogiendo y tocando todo. Pero a José, como a todo padre, le encantaría tenerle cerca, aunque eso supusiera estar más pendiente de él que del trabajo.

Fue a los cinco años, momento en el que le correspondía ocuparse de su educación, cuando le acompañaría a diario. Hasta entonces, había sido María quien le había enseñado las primeras cosas, desde hablar, hasta leer y escribir. Lo haría leyendo la Sagrada Escritura en la que María era una experta: su lectura pausada, su profundidad, su sencillez al interpretar.

Jesús aprendió con ella a leerlas con atención. Ahora, cuando ya tiene cinco años, le corresponde a José seguir su formación. Las horas en el taller resultan un momento perfecto para hacerlo con tranquilidad. Unas veces es Jesús quien leería algún texto mientras José trabajaba, y otras sería a la inversa.

Jesús escucha en silencio. De vez en cuando pregunta acerca de alguno de los pasajes leídos, y José procura explicarle. A José le encanta ver a Jesús contento en esas charlas diarias. Otras veces es María quien se acerca para ofrecerles algo de comer.  La costumbre es que solo se hacen dos comidas al día, pero a ella le encantaba hacer esos recesos que aprovecha para estar con ellos. Jesús cuenta, entonces, lo mucho que ha avanzado en trabajo, y lo que comenzó siendo un breve parón se convierte en una charla divertida de los tres mientras cada uno sigue haciendo su trabajo

La mayoría de las personas vemos el trabajo como una obligación, incluso como un castigo. Lo sentimos desde niños cuando celebrábamos el día en que por enfermedad no podíamos ir al colegio. Soñamos con el día que toque la lotería y podamos dejar de trabajar, o miramos con envidia esos compañeros a los que han prejubilado tan pronto.

Y sin embargo el trabajo, cualquier ocupación por humilde que sea, forma parte especialísima de los planes de Dios para nosotros. O entendemos que es ahí donde debemos ser santos o difícilmente lo seremos, entre otras cosas, porque quitando las horas de trabajo y de sueño, apenas nos queda tiempo en nuestra vida. En todo caso, seríamos santos los fines de semana.

Si no somos felices en nuestro trabajo, sino nos desarrollamos como personas en ese oficio diario, sino sentimos en esa labor el sentido sobrenatural de nuestra existencia, no lo encontraremos en ningún otro sitio.

Sabemos muy pocas cosas de José, pero sabemos una muy real: que la gente le conocía porque trabajaba. Cuando conocemos a alguien tendemos a quedarnos con una idea de ella sobre las demás. Decimos, “este es Juan el banquero, pedro el deportista, o maría la pintora”. Si nos dieran oportunidad podríamos extendernos más para explicar quién es esa persona, pero si alguien nos pregunta, buscamos un rasgo que la defina rápido y se la pueda reconocer.

José era artesano, trabajador, como lo somos la mayoría de nosotros, y ese es el rasgo que mejor el define. Cuando hablan de él, hablan en razón de su oficio. No dicen “José el hijo de…” o “José el de Nazaret,”” o José el de la casa de David” o cualquier otra cosa para identificarle.

José trabaja, y lo hace bien. Debió aprender el oficio desde niño. Como los demás hombres de su época, debía tener un pequeño huerto que atendía con ayuda de María, y luego de Jesús. Como los demás, posiblemente tendría algunas gallinas, y alguna cabra para que les diera leche.

Para José su trabajo es su principal ocupación, como lo es para casi todos nosotros. Su trabajo es su medio de santificación, y forma parte de los planes de Dios para mantener a su madre y a su hijo.

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José de Nazaret

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