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María ha dicho que sí. José ha entendido las cosas que le ha explicado. En realidad, solo cuando lo ha hecho, José ha comprendido el verdadero sentido de su vida, de su vocación de entrega a Dios y a ella.

La noticia correría rápida por las pocas casas que componen Nazaret. Nadie dudaba de que fuera así, pero les gusta tanto poder confirmarlo. María y José, serán, por fin, esposos.

Familiares y amigos no quieren dejar de ser testigos de esta unión cuya fecha se ha fijado para dentro de apenas unas semanas.

Será una ceremonia sencilla, a la que asistirán todos. Es tan solo la primera parte de la ceremonia, los desposorios, pero que tienen ya toda la fuerza jurídica de un matrimonio. La segunda parte, el contrato final, será posiblemente un año más tarde, cuando por fin María vaya a vivir a casa de José para siempre.

Con todo cariño pondrá en sus manos las monedas que simbolizan las arras mientras mirándola le diría “he aquí que tú eres mi prometida”.

Después, María, mirándole a los ojos le dirá “he aquí que tú eres mi prometido”, ante la mirada embobada de familiares y amigos que no quieren perder detalle del enlace.

María es ya su esposa por derecho propio, y José vuelve a sentir que los planes de Dios son mucho más maravillosos que los que él podía haber imaginado.

Todo hombre que ama a una mujer, siente que ese amor le hace mejor, que esa unión le hace más completo, más uno mismo, y ese amor verdadero, lleva a cada hombre y a cada mujer a sentir que su vida no está completa sin el otro.

José lo vería en sus padres, en los padres de María, en Isabel y Zacarías y en tantos otros hombres y mujeres de su pueblo que, con sus vidas han dado testimonio del inmenso fruto que Dios saca de esa unión.

Lo ha visto, lo ha rezado, lo ha meditado en mil ocasiones en sus ratos de trabajo tranquilo. Hoy sentirá que esa realidad es una dimensión nueva como no podía imaginar. Que su matrimonio con María hace que su vida esté llena de sentido, y no encuentre otra razón para vivir que no sea compartirlo todo, hasta el último instante, ese en que juntos se presentarán ante Dios.

José y María son un verdadero matrimonio, y su unión, un verdadero programa para todos nosotros.

A lo largo de la historia de la humanidad hombres y mujeres de todas las condiciones escribirán con sus vidas, grandes historias de amor. Quienes los conozcamos o tengamos la oportunidad de estar cerca de ellos, descubriremos que el matrimonio es una verdadera vocación, un tesoro que Dios quiere que compartamos, y del que no se cansa de sacar cosas buenas.

Las vidas unidas de esos hombres y mujeres nos enseñaran que, no hay mayor libertad que la de darlo todo por el otro. Mucho no basta. Debe ser todo. Nos gusta ver esas vidas de generosidad constante, discreta, la mayoría de las veces sin que nadie se entere.

Nos emociona ver que existen personas tan grandes, que son capaces de olvidarse de sí mismas para darlo todo por el otro. Nos gusta verlos juntos, cuando son jóvenes y fuertes, y el mundo se les hace pequeño, y nos gusta verlos envejecer, apoyados el uno en el otro, como dos troncos viejos y entrelazados que ya no se pueden separar.

El matrimonio se nos presenta así, como la más genuina unión que el hombre podría haber imaginado, si no fuera porque es una idea de Dios.

Dios nos ha creado para una familia, y así creo a la familia donde nacería su propio hijo.

José no está completo sin María, y María no lo está sin José. Juntos conforman el maravilloso espacio en el que Dios vendrá al mundo.

Y así, con la naturalidad y la cadencia del tiempo, esa unión de un hombre y una mujer se perpetua a largo de la historia como la institución más importante de nuestra sociedad, y una de las delicadezas más constantes que Dios mantiene con sus hijos.

María y José constituyen el matrimonio más perfecto querido por Dios. Su unión es tan grande que Dios la bendice eternamente.

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